martes, 31 de mayo de 2011

findetemporada

Estábamos allí.
Habíamos vuelto al punto exacto al que prometimos no volver... Promesas, eso tiene gracia cuando se trata de nosotros... El caso es que estábamos de nuevo allí, exteriormente todo seguía igual, ni una arruga nueva, ni una sola cana entre tu cabello, ni una sola cicatriz nueva. Las fachadas casi perfectas y sin grandes cambios...

Cuando se trata de interiores la cosa cambia y ahí sí que había cambios. Yo no era la misma, él supongo que lo había notado. Él tampoco era el mismo y yo lo noté en cuanto lo vi llegar puntual y triste como nunca.

Misma hora, mismo lugar, misma ciudad, mismo espacio pero distinto tiempo... El tiempo, el único que gana todas las batallas... pero, ¿para qué ganar batallas si se trata de ganar la guerra? Porque las batallas componen las guerras, porque no hay guerra vencida si no se vencieron las batallas... y en esta está claro que yo siempre pierdo pero tú tampoco ganas, solo gana el tiempo que nos acerca o nos aleja, que nos maneja a su antojo como marionetas inertes entre sus manos, dejándonos arrastrar por mareas internas que huyen del olvido y del dolor...

No sabemos decir adiós porque nadie nos ha enseñado a decírnoslo. Tampoco decimos para siempre porque tampoco nadie nos enseñó... aunque hay una diferencia entre el adiós y el para siempre. Esa diferencia es que la segunda opción no la queremos aprender por mucho que nos la enseñen, por mucho que nos dejen miguitas de pan para no perdernos de vuelta a casa, ese camino definitivamente, no lo queremos seguir; o no lo quieres seguir tú y yo te sigo como un borreguito o como una cría de pato que necesita la protección de mamá pato para cruzar hasta la otra orilla...

domingo, 15 de mayo de 2011

cicatrices

Excesiva preocupación por la forma, por la estructura, por el exterior... Hace tiempo que uso demasiado maquillaje para ocultar cicatrices, hace tiempo que pongo tiritas para ocultar las heridas. Esto resulta fácil; un poco de saliva para que la herida no sangre, un lavado de cara, un poco de pintura y la fachada queda como nueva, pero... ¿qué pasa con los interiores?

Cada vez que pongo una tirita, un vaso comunicante interior se atasca a la altura de la Carótida Interna; cada vez que me desplomo en tu cama es como si iniciase un salto al vacío, con varias consecuencias inmediatas. Cada vez que tu cuerpo me roza, un músculo se atrofia; porque tus manos ya no acarician, tus manos dejan huellas, surcos imperceptibles al ojo humano, pero es cuestión de tiempo para observar los efectos del ataque letal y poder hacer balance de daños.

Las heridas sangran por dentro, tus labios ya no sirven de medio de descompresión, sino que muerden y rompen las paredes de los tejidos internos...

Porque es difícil recuperar todas las piezas, la descomposición es más que evidente. Los tornillos están sueltos y la estructura no es lo suficientemente sólida por lo que corro el riesgo de desplome, descomposición, derrumbe, destrucción...

Porque supongo, que hace un tiempo hubiese sido capaz de inmolarme por tí, pero ahora, frente al espejo, me doy cuenta de que esa no sería más que otra forma de quedarme con la figura, no con el fondo... y ahora es tiempo de decorar con gusto el fondo, aunque nadie vaya a visitarlo por una temporada. Porque lo decoro para quedarme ahí por un tiempo, con el rimmel en el bolsillo y las tiritas en las manos, que duelen porque están trabajando, porque la mente no les deja descansar, porque es el último empujón que todos merecemos, aunque estemos cansados y nos merezcamos un descanso...

síndrome del miembro fantasma

eres como el miembro fantasma

ya no estás

pero te sigo sintiendo

y aún dueles

oxidación - reducción

Los cuerpos ocupan un espacio necesario. Luego hay otro espacio, llamémoslo X, necesario para respirar, si ese espacio X se reduce considerablemente hasta llegar a oprimirnos, lo que queda fuera del perímetro llega a estorbar de tal manera que resulta necesario apartarlo de nosotros...

Me faltaba el aire, lo notaba. Me costaba respirar, permanecía tumbada, con el mando de la televisión entre las manos; y los pies, desnudos, en el extremo del sofá blanco... "Esto es una jaula! dije, mientras dejaba el mando sobre la mesa, mientras tú levantabas la vista de ese estúpido libro...

"¿Qué dices?" susurras detrás del libro... "¡Que esto es una jaula, joder!" "¡Que me estoy ahogando aquí!" "Que me siento sola, inerte, impasible, inútil, en este sofá, en esta casa, a tu lado..."

Tú vuelves a poner esa cara que pones cuando te digo algo que no eres capaz de comprender o asimilar o qué se yo... pero me miras como compadeciéndote de mi, como si estuviera loca, como si mi mente estructurase la realidad de una manera errónea o desproporcionada... A mi eso ya no me importa, dejó de importarme meses atrás; cuando tú ibas a hacer la compra solo. Solo, porque a mi ya no me importaba tampoco que la nevera estuviese vacía, "¡qué más da!", me repetía, tenemos la nevera como el corazón, vacío y sucio... con restos de tiempos mejores que acabaron por pudrirse por falta de oxígeno ....

Falta de oxígeno. No quiero acabar pudriéndome...

Me recuerdas al limón amargo al que no le queda zumo por la oxidación, me recuerdas a todo lo que quiero desechar o apartar de mi vida, me recuerdas a todo lo que no quiero y por eso, entre otras cosas, he hecho las maletas y me he ido antes de que termines tu estúpido libro; evitando las despedidas y lo que es peor, la oxidación de los cuerpos que se deterioran por el paso del tiempo, por falta de espacio, de oxígeno... por falta de vida.