lunes, 24 de octubre de 2011

corrientes

Hacíamos las maletas, nos íbamos, nos marchábamos, abandonábamos el barco, fin de la historia, fin de la película. Esta mierda no es para nosotros.

Ropa interior, pijama, ropa de verano, ropa de invierno...¿qué tiempo hace en el lugar al que nos dirigimos? Qué más da, podría hacer el calor más sofocante que seguirías sintiendo los pies fríos.

Apartamos las maletas, nos besábamos, mirábamos por el balcón. La ciudad estaba cubierta por una cortina de lluvia. Agua... las corrientes de agua se llevan todo lo que encuentran a su paso. ¿Por qué no nos arrastraba a nosotros también? Nosotros, que estábamos ahí, en el apartamento del 2º piso, en la calle del centro, haciendo las maletas, dispuestos a ser arrastrados por no sabíamos bien qué.

Su mano acarició mi espalda. Era la primera vez que me tocaba así desde hacía mucho tiempo. Me agarró la mano fuerte. En ese momento supe que por muchas corrientes que nos arrastrasen, no moriríamos ahogados. Esta vez no. Esta vez saldríamos a flote, lo haríamos, esta vez, sí.

Permanecíamos inmóviles, mudos, frente a las cristaleras del balcón, viendo cómo caía la lluvia, agarrados de la mano. No decíamos nada, no oíamos nada, solo el tintineo de la lluvia golpeando el cristal. ¿Es que ya nos lo habíamos dicho todo? O por el contrario, ¿nos lo estábamos callando todo?

domingo, 23 de octubre de 2011

domingo.lluvia.tú.

No estás dormida. Simplemente miras el techo de tu habitación tumbada en la cama en plena oscuridad. El reloj marca las ocho y vente de la mañana. Vibra el móvil, y, como con el toque de un despertador, te levantas. Un mensaje. Lo lees. "LLUEVE. FELIZ DÍA DE LLUVIA". Cierras los ojos, ahora sí. Y descansas la mirada acostumbrada ya al color negro que invade tu alrededor. No sabes cómo pero escuchas esa voz recitando las palabras mágicas. Escuchas el siseo de alguien pidiendo silencio. Pero un silencio cómodo, un silencio placentero, un silencio próximo, un silencio que inspira paz, tranquilidad. Como si en vez de haber leído el mensaje, lo hubieras escuchado, vivido. Como si alguien, antes de marchar, antes de salir de casa, hubiese entrado en tu habitación, mientras dormías (o lo hacías ver), a desearte un buen día. Y crees, realmente, que esas palabras te las ha silbado, notas como si hubieras vivido un sueño, o peor, como si fuera realidad, como si el mundo se hubiera dado la vuelta y te hubieras imaginado que lo estabas leyendo cuando en realidad esa persona existía y se acaba de ir. Como si esa persona fuera real, recién levantada de tu lado, calor de tu calor, cuerpo de tu cuerpo, preparada para comenzar su día. Pero sabes que es mentira. Siguen siendo palabras en una pantalla con luz. No te crees que esté lloviendo, así que te pones en pie y decides levantar la persiana. Y lo ves. Sí, llueve. Está lloviendo. Y sabes que vas a levantar todas las persianas de tu casa, para que puedas empaparte la vista y llenarte de este genial día de lluvia.


gracias

sábado, 22 de octubre de 2011

ninguna guerra se parece a otra

"Y que nadie venga a decirnos que en la guerra también hay límites, hay reglas. En la guerra, o se mata o se muere. Esa es la realidad de las guerras".
(Jon Sistiaga)




Habían lanzado los primeros misiles contra los civiles. La ciudad se hundía. Nosotros en los refugios, atrincherados, para protegernos del fin. La ciudad se hundía, el Mundo entero parecía haberse vuelto loco, o al menos, estar todo patas arriba. Pero nosotros estábamos en los refugios, supuestamente a salvo, y con ganas insaciables por ver cómo terminaba el capítulo de la Historia de nuestra ciudad.


Caminaba por las calles que ahora estaban muertas pero que anoche estaban más vivas que nunca. No había luces, por primera vez la luz de la luna bastaba para alumbrar la antigua ciudad ocre. Ni una sola terraza puesta, ni un solo bar abierto. Entonces llegué al bar de siempre. Parecía que lo habían abandonado a toda prisa, tan rápido que se les olvidó echar la llave.
Empujé la puerta y entré. Todo estaba vacío y desordenado. El piano en la esquina, sillas que impedían el paso y dos mesas más atrás percibí una sombra, una figura sobre un fondo. Eras tú.

Corrí hacia tu mesa, me senté enfrente tuyo y entonces te agarré la mano. Por un momento me sentí a salvo. Caras de sorpresa, ilusión, miedo, ambivalencia... desorientados. Así estábamos, desorientados.

- "La ciudad se hunde, se está derrumbando todo... No tengo miedo de perder mis cosas, las calles, los edificios, la ciudad... tengo miedo de perderme las noches, pero sobre todo de perderme los amaneceres".
-"Entonces tendremos que intentar salvarnos a nosotros mismos en medio de todo este caos".

No había sitio seguro en la ciudad que no fuesen los refugios copados de gente nerviosa. Nosotros no éramos como los demás, no podíamos atrincherarnos con ellos, "tendremos que construirnos un refugio propio, resistente. Seremos los sobrevivientes del caos y de la muerte".

Los misiles no dejaban de reventar la ciudad, había ruido, estruendos, demoliciones de edificios, gritos y llantos de fondo...Nosotros gritábamos y llorábamos mudos. Dentro todo eran mareas internas. Pero ahí permanecíamos, rostros impasibles que solo eran capaces de mostrar el terror a ser descubiertos... terror de abandonarse a sí mismos.

Las horas pasaban, hablaron, se enredaron en espirales de historias, pero llegaron al epicentro de la ruina. Llegaron a saber de dónde venía todo el dolor, el origen de la desorientación propia, centro de huracanes y pasiones, el inicio donde todo acababa. Lo descubrieron y por un momento olvidaron los misiles, los estruendos, los ruidos, la caída de la ciudad. No podían decir nada. Sabían perfectamente que estaban condenados...

Y por un momento, prefirieron estar fuera, en la calle, vulnerables, presos de cualquier misil contra civiles inocentes, con tal de no seguir viviendo esa condena que llevaban dentro. Porque sabían que serían testigos del fin de la ciudad, pero no sabrían si algún día tendrían el valor suficiente para vislumbrar el fin de sus respectivas condenas propias.

miércoles, 19 de octubre de 2011

otoño y estaciones

ven a recoger mis pedazos a la estación
aquí está lloviendo,
digo aquí, no ahí afuera.
llueve
y es más otoño que nunca
porque todo caduca
no solo los árboles
nosotros caducamos...

ven a recoger mis pedazos a la estación,
llego tarde
últimamente siempre llego tarde
llego tarde a todo
a la risa
a los sueños
a los besos
siempre llego tarde últimamente
y aquí está lloviendo
así que
ven a buscar mis pedazos a la estación
antes de que pierda alguno
o me pierda

porque el problema no es perderse
o perder alguna pieza
es volver a recomponer el mapa
el puzzle
volver
a
recomponerse.

(.)

pero el silencio es cierto
por eso escribo
estoy sola y escribo
no, no estoy sola

hay alguien aquí que tiembla...