Qué cabrón eres, pensé para mí misma, pero qué cabrón, y al pensarlo me reía, me alegraba por dentro.
Mimábamos el tiempo, lo sosteníamos con dedos temerosos, forrados de algodón, y caminábamos de puntillas sobre el misterio de nuestra antigua inconsciencia para no molestarla, para no despertarla, para dejarla dormir. Entonces la vida volvía a ser buena, volvía a ser fácil, una cama grande, un balcón soleado... el humo del hachís, el ruido de los besos, de la risa.
Mimábamos el tiempo, lo sosteníamos con dedos temerosos, forrados de algodón, y caminábamos de puntillas sobre el misterio de nuestra antigua inconsciencia para no molestarla, para no despertarla, para dejarla dormir. Entonces la vida volvía a ser buena, volvía a ser fácil, una cama grande, un balcón soleado... el humo del hachís, el ruido de los besos, de la risa.
Almudena.Grandes
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