lunes, 27 de agosto de 2012

los restos del naufragio

(...)y entonces, luchas por no salir a flote... 



"Sabíamos que esto iba a pasar". No, no lo sabías, ni siquiera lo esperabas. Re-elaboras esa respuestaparatodo para hacer que el resto duela menos. El resto siempre duele más, porque es lo que sobra, lo que queda, lo que tienes que reutilizar, reciclar o bien desechar para siempre. Ninguna de las opciones es fácil, por eso el resto siempre duele más.

Duele porque hubo un tiempo en el que tuvo efecto anestesiante.

Él se sumerge debajo de la espuma de la bañera, se esconde, ahoga su cuerpo para que el resto no sienta. Solo queda a salvo la cabeza, ¿acaso pensabas que así sería menos doloroso? Le observo desde la puerta, "el agua se va a quedar fría, sal ya" le digo bajito para que no le duela, para que lo sienta como una caricia, o para que casi ni lo sienta... Su cuerpo está aletargado, inerte ahí abajo.

Lleva tres cuartos de hora dando cuerda de nuevo al reloj. El tiempo no se detiene nunca; pero la sensación de pérdida del tiempo por no haber sabido contarlo es realmente asfixiante. -"¿Dónde has estado todo este tiempo?" -"No me he movido de aquí, llevo contigo todo este tiempo". Una vez que das cuerda al reloj tienes que ponerlo en hora.
Te das cuenta que han pasado 5 horas, en cinco horas se puede vivir infinidad de cosas breves. Las cosas breves siempre son las mejores. Los restos de las cosas breves duelen menos. La tercera ley de Newton lo explica a la perfección: Acción - Reacción. Si hay una acción anestesiante leve o breve, la reacción o resultado o resto que desencadena será también breve o menor.

"Sal del agua de una vez, por favor. Llevas ahí dentro 2 horas". Piel arrugada, pliegues por culpa de la humedad. Eso es lo que queda. Ese es el resultado. Ahora ya casi no sientes nada. Dejar morir la piel para poder dejar de sentir.

- "Pero cariño, ¿qué has hecho? ¡Te has metido en la bañera con el reloj puesto!".
- "Se ha parado. Lleva una hora y 55 minutos parado. Estamos perdiendo el tiempo, estamos anestesiando el dolor del resto. Ya no hay resto o restos. Ya no hay nada."
"Quítate el vestido, ven aquí", y retira las piernas a un lado para que pueda sumergir mi cuerpo en el agua...

- "Tengo que irme al trabajo, sino llegaré tarde".

Y entonces me agarra fuerte la mano izquierda, hasta que consigue sumergir mi antebrazo en el agua fría y el reloj se ahoga, flotando el tiempo entre restos de champú y gel de baño con aroma a jazmín. Ahora ya no nos queda nada.




lunes, 4 de junio de 2012

Mayo

He agotado Mayo
y
aún no he recibido tu postal.

Hay restos de sal en tu piel
y de arena
en mis bolsillos.

Es lo único que me pesa a día de hoy.

Me despido de Mayo.

Hasta siempre.

sábado, 5 de noviembre de 2011

ya solo habla de amor

Se atusa el pelo con las manos, y enseguida se pone a pensar en cosas importantes. ¿Importantes para quién? Importantes para él, faltaría más. Si está desconsolado es cosa suya, si quiere amar a quien ya no se deja amar, a nadie debería importarle. Si su amor es o no sincero, o lo fue en el pasado, ¿quién puede decirlo? Desde luego no las porteras o las vecinas de su barrio. Si se ríen de él, que se rían. A veces mira a las mujeres con un amor verdadero que aparentemente no dura nada. Y luego se esconde, y a escondidas, las ama en silencio y para siempre.

En las calles no hay más que una mujer para él, pero se guardará muy mucho de decir su nombre, tal vez porque ya le mandó rosas, sin suerte, así que se dedica a mirar con devoción a perfectas extrañas. No hay nada mejor que pasear entre las cosas de las mujeres para respirar siquiera por un instante las pocas promesas que ofrecen los días. Se dedica a observar a las mujeres y carece de cualquier otra fe. Así se pasan más ligeras las tardes.

Solo una mujer puede convertir, con su mera presencia, un segundo cualquiera en una promesa.


Ray Loriga. Ya solo habla de amor.

martes, 1 de noviembre de 2011

muertos

Supongo que no éramos una de esas parejas que se abrazaban mucho...

Hoy todos están muertos, los nuestro también. Todo y todos están muertos. Los sentimientos y las emociones ya no bailan a ritmo de vals, tampoco vibran a ritmo de jazz... Están todos aletargados, dormidos, inertes, puede que muertos. Lo único que sigue latiendo es un conjunto de recuerdos latentes, como cuando me sacabas a bailar... Dime, ¿aún bailas para conseguir besos?

No sé que queda, no sé que hay aquí, tampoco sé si me importa realmente... el hecho es que a simple vista no están y que tú tampoco estás aquí. Que una vez te pregunté "¿qué queda cuando ya no hay nada? Tú te encogiste de hombros, nunca respondías a mis preguntas. Solo hablabas, hablabas de lo que a tí te apetecía o te gustaba o te entretenía, pero nunca hablabas de lo que yo quería hablar, pero supongo que tampoco éramos una de esas parejas que se hablaban mucho... No lo sé.

¿Qué queda cuando ya no hay nada?

Supongo que esto es lo que queda;
frío, lluvia,
calles llenas de gente con frío empapadas por culpa de la lluvia,
hoteles de carretera,
canciones para otros que ahora sí son pareja,
bandas sonoras originales que no son más que réplicas de escenas de películas de acción,
escenas de películas de acción...

Pero dime, ¿te marchaste para no ver este desierto de arena y restos putrefactos de nosotros mismos? ¿Por eso te fuiste?

Lo cierto es que te marchaste antes. Antes, cuando las carreteras aún estaban practicables, ahora ya no hay salida. Cariño, han cortado las carreteras, yo no estoy aquí por gusto.

No me quedé para ver cómo se hundía y perdíamos todo... Me quedé porque más allá tampoco había una salida, tampoco había nada mejor.

Ahora dime, ¿era tu huida una especie de salida para mi?

Nunca lo sabremos, al menos no por ahora.

Solo te diré que aún quedan caminos abiertos de vuelta a casa, y que hay noches en las que espero que cojas alguno de ellos pronto porque Cariño, aquí están todos muertos y no sé por cuánto tiempo más querrá seguir bombeando el de arriba a la izquierda...

Pero hay caminos de vuelta a casa abiertos
y aquí aún hay alguien vivo...

Aunque supongo que no éramos una de esas parejas que se abrazaban mucho...

lunes, 24 de octubre de 2011

corrientes

Hacíamos las maletas, nos íbamos, nos marchábamos, abandonábamos el barco, fin de la historia, fin de la película. Esta mierda no es para nosotros.

Ropa interior, pijama, ropa de verano, ropa de invierno...¿qué tiempo hace en el lugar al que nos dirigimos? Qué más da, podría hacer el calor más sofocante que seguirías sintiendo los pies fríos.

Apartamos las maletas, nos besábamos, mirábamos por el balcón. La ciudad estaba cubierta por una cortina de lluvia. Agua... las corrientes de agua se llevan todo lo que encuentran a su paso. ¿Por qué no nos arrastraba a nosotros también? Nosotros, que estábamos ahí, en el apartamento del 2º piso, en la calle del centro, haciendo las maletas, dispuestos a ser arrastrados por no sabíamos bien qué.

Su mano acarició mi espalda. Era la primera vez que me tocaba así desde hacía mucho tiempo. Me agarró la mano fuerte. En ese momento supe que por muchas corrientes que nos arrastrasen, no moriríamos ahogados. Esta vez no. Esta vez saldríamos a flote, lo haríamos, esta vez, sí.

Permanecíamos inmóviles, mudos, frente a las cristaleras del balcón, viendo cómo caía la lluvia, agarrados de la mano. No decíamos nada, no oíamos nada, solo el tintineo de la lluvia golpeando el cristal. ¿Es que ya nos lo habíamos dicho todo? O por el contrario, ¿nos lo estábamos callando todo?

domingo, 23 de octubre de 2011

domingo.lluvia.tú.

No estás dormida. Simplemente miras el techo de tu habitación tumbada en la cama en plena oscuridad. El reloj marca las ocho y vente de la mañana. Vibra el móvil, y, como con el toque de un despertador, te levantas. Un mensaje. Lo lees. "LLUEVE. FELIZ DÍA DE LLUVIA". Cierras los ojos, ahora sí. Y descansas la mirada acostumbrada ya al color negro que invade tu alrededor. No sabes cómo pero escuchas esa voz recitando las palabras mágicas. Escuchas el siseo de alguien pidiendo silencio. Pero un silencio cómodo, un silencio placentero, un silencio próximo, un silencio que inspira paz, tranquilidad. Como si en vez de haber leído el mensaje, lo hubieras escuchado, vivido. Como si alguien, antes de marchar, antes de salir de casa, hubiese entrado en tu habitación, mientras dormías (o lo hacías ver), a desearte un buen día. Y crees, realmente, que esas palabras te las ha silbado, notas como si hubieras vivido un sueño, o peor, como si fuera realidad, como si el mundo se hubiera dado la vuelta y te hubieras imaginado que lo estabas leyendo cuando en realidad esa persona existía y se acaba de ir. Como si esa persona fuera real, recién levantada de tu lado, calor de tu calor, cuerpo de tu cuerpo, preparada para comenzar su día. Pero sabes que es mentira. Siguen siendo palabras en una pantalla con luz. No te crees que esté lloviendo, así que te pones en pie y decides levantar la persiana. Y lo ves. Sí, llueve. Está lloviendo. Y sabes que vas a levantar todas las persianas de tu casa, para que puedas empaparte la vista y llenarte de este genial día de lluvia.


gracias

sábado, 22 de octubre de 2011

ninguna guerra se parece a otra

"Y que nadie venga a decirnos que en la guerra también hay límites, hay reglas. En la guerra, o se mata o se muere. Esa es la realidad de las guerras".
(Jon Sistiaga)




Habían lanzado los primeros misiles contra los civiles. La ciudad se hundía. Nosotros en los refugios, atrincherados, para protegernos del fin. La ciudad se hundía, el Mundo entero parecía haberse vuelto loco, o al menos, estar todo patas arriba. Pero nosotros estábamos en los refugios, supuestamente a salvo, y con ganas insaciables por ver cómo terminaba el capítulo de la Historia de nuestra ciudad.


Caminaba por las calles que ahora estaban muertas pero que anoche estaban más vivas que nunca. No había luces, por primera vez la luz de la luna bastaba para alumbrar la antigua ciudad ocre. Ni una sola terraza puesta, ni un solo bar abierto. Entonces llegué al bar de siempre. Parecía que lo habían abandonado a toda prisa, tan rápido que se les olvidó echar la llave.
Empujé la puerta y entré. Todo estaba vacío y desordenado. El piano en la esquina, sillas que impedían el paso y dos mesas más atrás percibí una sombra, una figura sobre un fondo. Eras tú.

Corrí hacia tu mesa, me senté enfrente tuyo y entonces te agarré la mano. Por un momento me sentí a salvo. Caras de sorpresa, ilusión, miedo, ambivalencia... desorientados. Así estábamos, desorientados.

- "La ciudad se hunde, se está derrumbando todo... No tengo miedo de perder mis cosas, las calles, los edificios, la ciudad... tengo miedo de perderme las noches, pero sobre todo de perderme los amaneceres".
-"Entonces tendremos que intentar salvarnos a nosotros mismos en medio de todo este caos".

No había sitio seguro en la ciudad que no fuesen los refugios copados de gente nerviosa. Nosotros no éramos como los demás, no podíamos atrincherarnos con ellos, "tendremos que construirnos un refugio propio, resistente. Seremos los sobrevivientes del caos y de la muerte".

Los misiles no dejaban de reventar la ciudad, había ruido, estruendos, demoliciones de edificios, gritos y llantos de fondo...Nosotros gritábamos y llorábamos mudos. Dentro todo eran mareas internas. Pero ahí permanecíamos, rostros impasibles que solo eran capaces de mostrar el terror a ser descubiertos... terror de abandonarse a sí mismos.

Las horas pasaban, hablaron, se enredaron en espirales de historias, pero llegaron al epicentro de la ruina. Llegaron a saber de dónde venía todo el dolor, el origen de la desorientación propia, centro de huracanes y pasiones, el inicio donde todo acababa. Lo descubrieron y por un momento olvidaron los misiles, los estruendos, los ruidos, la caída de la ciudad. No podían decir nada. Sabían perfectamente que estaban condenados...

Y por un momento, prefirieron estar fuera, en la calle, vulnerables, presos de cualquier misil contra civiles inocentes, con tal de no seguir viviendo esa condena que llevaban dentro. Porque sabían que serían testigos del fin de la ciudad, pero no sabrían si algún día tendrían el valor suficiente para vislumbrar el fin de sus respectivas condenas propias.