viernes, 12 de marzo de 2010

adicción emocional

No he vuelto a tocar tu lado del sofá, no he permitido que ningún invitado se sentase en él. Se amontonan diminutas moléculas de polvo en esa parte del ridículo mueble pero aún percibo tu silueta llenando ese vacío, dando forma a ese pequeño espacio vital que ahora está desnudo, pero te prometo que no lo he tocado en todo este tiempo, como tampoco lo hice con el mando del televisor... aún guarda tu olor, el olor de las palmas de tus manos. Guarda tu olor porque en los últimos meses dedicaste mucho más tiempo a tocar esas teclas que mi cuerpo, que se te olvidó el recorrido de mis pechos hasta mi sexo en cuestión de días... por eso no lo recorrías, tenías miedo a perderte y por eso no me acompañabas a la hora de dormir, preferías quedarte abajo, en el salón, con la televisión encendida y el mando entre las manos.

No he vuelto a tocar los calcetines que dejaste olvidados en el quinto cajón de la cómoda y el primer cajón de tu mesilla de noche sigue repleto de preservativos y yo me pregunto para qué los comprabas si ni siquiera te importaba mi anatomía y no tenías otro apetito que el que se manifestaba a las 15:17, hora en la que entrabas por la puerta cuando llegabas de trabajar, y , mientras te quitabas la corbata y de nuevo, tu cuerpo se acomodaba a su propio hueco en es ese estúpido sofá; preguntabas si te había preparado la comida, con el mando entre las manos.

No he vuelto a tocar la colección de tanques de guerra que almacenabas en la estantería del salón, tampoco me he atrevido a retirarles el polvo, por si los descoloco pues tú siempre me repetías que esa tarea era cosa tuya, porque yo no sabía colocar las figuras, que no sabía colocar tus mierdas de tanques de guerra, y era entonces cuando yo te declaraba la guerra y montaba en cólera y tú la alimentabas de tal manera que acababas sentado en el sofá con media sonrisa en la cara y yo arriba, en la habitación que antes era nuestra, borrando las marcas de rimmel que se dibujaban en mis mejillas fruto de la pérdida de la batalla; y mientras tanto tú, abajo, con el mando entre las manos.

Y no he tocado nada de eso, porque a pesar de todas esas cosas te sigo echando de menos, como lo hacía cada mañana, a las 8:35, cinco minutos después de oír la puerta y el motor del coche siendo arrancando... porque yo, te quería y te sigo queriendo como quiero que vuelvas a ocupar tu posición en el salón, en el sofá, con el mando entre las manos.