viernes, 19 de marzo de 2010

escucha no activa

Decías que la rutina y la monotonía de los días te estaba matando y me lo decías con un tono de culpabilización, queriéndome hacer responsable de toda esa maraña de sentimientos y sensaciones que albergaban tu delgada anatomía. Yo, solo escuchaba, te escuchaba atentamente, sin ganas de entrar en ese tema de conversación; y lo hacía por eso del contrato de compartir lo bueno y lo malo etecé etecé, que firmamos en el ayuntamiento de esa ciudad a la que nunca volvimos.

Decías que no podíamos seguir así, que porqué no nos habíamos mudado de casa hacía unos años y que porqué no compramos un perro en vez de aquellas diminutas medusas de pecera que adornaban la esquina del salón. Yo te escuchaba, te escuchaba atentamente, pero no te respondía, no te recordaba lo de mi fobia a los perros, pensé que tu memoria no estaba a pleno rendimiento, pero no te recordaba nada porque no quería seguir con esa conversación.

Poco después de desmontar gran parte de nuestras rutinas que conformaban nuestra vida diaria, llegaste al jardín y me preguntaste que porqué no plantamos un olivo de esos antiguos en vez de ese acebo, que las bolas rojas ya no son de temporada pero siguen perennes aguantando el calor de la primavera, y yo, seguía escuchando atentamente tu discurso, pero no te decía que fuiste tú el que se empeñó en comprar ese acebo en un intento de devolverme el espíritu navideño que perdí en mi infancia y que hiciste eso como un enorme gesto de amabilidad y de preocupación por la vuelta de mi ilusión, que decías que aquello lo hacías por mi, aunque yo prefería el olivo octogenario y el banco blanco a juego con el reverso de sus hojas; pero no te decía nada de eso porque no quería seguir con esa conversación.

Más tarde llegaron los reproches por la ausencia de viajes, la ausencia de nuevos lugares por descubrir, de mi miedo a los aviones y el fallo del motor de mi antiguo audi A3, que no entendías porqué me tuve que comprar ese coche cuando todos decíais que no llegaríamos muy lejos con ese trasto con minúsculo maletero; que no podríamos hacer grandes viajes por la falta de espacio para un gran equipaje. Entonces yo no te recordaba lo de la falta de ahorros después de tus salidas nocturnas a los clubs debido a tu adicción al sexo, y las posteriores terapias para superar tu problema y mejorar la comunicación interpersonal en la pareja; tampoco te recordaba lo de tus escarceos con las drogas y las malas compañías y mis noches insómnicas a base de tilas en el salón, con la única compañía de las medusas; pero no te decía nada de eso porque no quería seguir con el tema de conversación.

Entonces tu tono de voz y el movimiento de mi cabeza seguían una relación inversamente proporcional, cuanto más gritabas tú, más miraba al suelo yo; hasta que llegué a tus zapatos y me entretuve analizando la falta de betún en la punta de tus nuevos Gucci. Tu mano derecha se detuvo a la altura de mi cuello y me preguntaste si no tenía nada que decir, y yo, yo... yo, que había escuchado tu discurso atentamente te dije con ojos vidriosos que sí, que tenías razón en todo, me puse los pendientes Vasari que me regalaste en nuestro último aniversario, te besé y nos fuimos en mi audi A3 a la cena con los nuevos inversores.

Tú, harto de tanta monotonía, ni siquiera fuiste capaz de notar la humedad en mis ojos a punto de desbordarse y entonces supuse que eso también formaba parte de esa rutina que tanto detestabas, pero no te dije nada, porque tampoco quería seguir con ese tema de conversación.

1 comentario:

Der Wanderer dijo...

A pollo, principalmente