jueves, 1 de abril de 2010

más Dostoyevski y menos Prozac

Yo lo prefería a él... me gustaba sentarme y trazar líneas paralelas con mi dedo índice, para no perder ni uno solo de los detalles que narraba con suma precisión, entonces a veces, lloraba, de impotencia quizás. No era capaz de entender nada de esas contradicciones de las que él hablaba y me lo imaginaba mirándome con cara de indignación, como el que mira a otro necio por no entender sus palabras y maldice la falta de léxico o cultura para lograr la comprensión total de su exposición... Yo me lo imaginaba así, años atrás, mirándome con esa cara, con ese remordimiento en el estómago que no le permitía otra cosa que querer escupirme, desde lo alto...

Pero aún así, yo lo prefería a él, con sus teorías del inconsciente y su explicación fría del amor, un amor, pensaba yo, frío porque en Rusia no puede ser de otra manera, y entonces le compadecía, a él, sí, el mismo que quería escupirme en la cara y aún así le compadecía, pero al mismo tiempo lo devoraba cuando aún no sabía que la boca tenía múltiples funciones, funciones desconocidas para gran parte de la población...

Entonces entraba ella y me decía: "¿Otra vez con esas?¡Deja de una vez esos libros y lee cosas con sentido, toma anda!" Alargaba su mano y me dejaba sobre las piernas los poemas de Neruda...

Y yo, que lo prefería a él y que no creía en el amor, al menos no ese amor que ardía en mis rodillas... yo, me quedaba fría por dentro... con Pablo en la mesita de noche y Fiódor bajo la almohada.

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